Andá a Tegui y echate a dormir

La fama es puro cuento

Miércoles, 27 de enero de 2016

Un amigo de Fondo de Olla ®, amante y conocedor de la gastronomía, hizo las veces de crítico en Tegui, lugar donde nosotros estamos impedidos de concurrir. No le pareció que sea el mejor de la Argentina.

Tegui -  Costa Rica 5852 - Teléfono 4770-9500. Martes a sábado desde las 20:30 al cierre. Principales tarjetas.

Cocina:  De Autor

Barrio:  Palermo

Precio: $$$$$

Hay un mito que se ha creado en torno a este restaurante, por un lado una guía que lo ha catapultado como el “mejor restaurante de la Argentina” y por el otro lado la presencia de su chef en la televisión abierta con un rating descomunal. Hoy todos saben quién es German Martitegui.

La gastronomía se basa en una máxima: es una experiencia que un comensal va a vivir al restaurante. Las expectativas que se generan sobre un local gastronómico provienen directamente de lo que dicen los periodistas, los diarios y el famoso “boca a boca”.

Por eso resulta comprensible que, antes de ir a Tegui, “el mejor restaurante de Argentina” y “número 7 de Latinoamérica”, hayamos escuchado varias voces a favor y estemos ansiosos por saber qué se cuece aquí.

En Tegui solamente se sirve un menú degustación. Al principio de la cena, a los comensales les preguntan si son alérgicos a algo o si algún producto no es de su agrado.

Una cuestión muy polémica de este restaurante, es que al dueño no le gusta que se saquen fotos. Una excentricidad más de Germán Martitegui. De todas maneras, ellos mismos dicen que es una sugerencia. De última, el cubierto es demasiado costoso como para no llevarse un recuerdo. Si uno pregunta dirán que se puede. Aunque nunca hemos visto fotos profesionales de ese lugar en ninguna publicación.

Antes de ir al grano, recordamos que Fondo de Olla ® fue censurado en este lugar. No vamos a repetir la historia; sí decir que al chef propietario le agrada tachar nombres, y hay empresas que lo aceptan.

De manera que la única opción de hacer una crítica despojada de parcialidad que nos quedaba, era aceptar el relato de un comensal conocedor, que otras veces nos ha salvado la ropa cuando fuimos censurados. Ningún colaborador de Fondo de Olla ® de los varios que firmamos aquí, podría tener garantizada su presencia en Tegui, por aquello de que “la casa se reserva el derecho de admisión”.

El comienzo fue con algunos aperitivos, como un pan de yerba mate con algo de manteca, amuse bouche que nos hizo recordar un poco al pan de coca que hace Virgilio Martínez en Central (Lima).

Seguimos con un plato de diferentes texturas de tomate, un plato a esta altura poco original y visto hasta el cansancio. Los sabores estaban correctos, pero sin ninguna sorpresa, ya que hay algunos restaurantes de Buenos Aires que también lo replican y a nuestro entender, más sabroso.

Más tarde, una lechuga brotada con caldo de anchoas y yema de huevo ahumada. El plato era visualmente atractivo, pero es sabido que cuando una lechuga se brota desarrolla sabores amargos (lo ideal es comerla antes de que esto pase), mientras que al caldo de anchoas le faltaba un poco de sabor. Un plato que no entendimos en cuestión de composición y de simbiosis, al igual que la escasa textura de la lechuga.

Llegó a continuación el plato de vieiras sobre kéfir (valga la redundancia, demasiado cremoso y sin acidez), con duraznos laminados sin sabor que parecían estar fuera de temporada y un crocante de quinua que casi nos hace caer un diente. Nuevamente, no comprendimos la combinación de sabores ni la arquitectura del plato, porque para empezar, una vieira necesita algo más fresco para lucirse.

Paso siguiente: terrina de conejo con helado de durazno, en el que no nos pareció que la combinación frío-calor y salado-dulce tuviera mucho que hacer, ya que estaba claro que no se necesitaban uno del otro para realzarse.

Tegui no es un mal restaurante, pero tampoco tiene el gran nivel que algunos pretenden darle. Cocina extravagante a precio de oro. 

Una extravagancia de la cual nos hubiera gustado tener una explicación: pejerrey relleno de ragú de chorizo. Un misterio.

El “magrete” de pato mostraba una textura correosa, no aceptable para un restaurante de este nivel, prestigio y precio.

Otros pasos intermedios casi que ni vale la pena mencionarlos.

Como dijo un comensal que nos acompañaba, “recién ahora que nos vamos esto se pone interesante”: los postres fueron excelentes. Equilibrados, con criterio en los sabores y las texturas. Trajeron un prepostre de damascos y por último, texturas de chocolate y dulce de leche.

Si hubo algo que nos llamó la atención fue la repetición de la vajilla, habiendo figurado hasta cuatro veces un mismo soporte de plato durante la degustación. ¿Extraño no?

Para que no todo suene a crítica, el servicio resultó impecable. El sommelier del restaurante, Martín Bruno, fue una garantía de eficiencia y sobriedad. Para imitar y poco visto en los restaurantes de nuestro país. La carta está acorde al nivel pretencioso del restaurante, se presenta más criteriosa que la comida.

Es cierto que para opinar de un restaurante uno debe ir al menos tres veces, pero hay dos cosas para aclarar: cuando uno paga 2000 pesos un cubierto y la cena no fue de su agrado, a veces no dan ganas de volver, pero lo más importante es que esto no es una crítica, sino simplemente un relato sobre una noche en la que pensamos que estábamos concurriendo al mejor restaurante de la Argentina, para encontrarnos con la cruda realidad.

Es así que, a veces, la prensa nos pretende hacer creer en espejitos de colores. Y las guías también. Muchas veces hemos acudido a la conocida frase de Martín Fierro: “hacete amigo del juez”… o también “críate fama y échate a dormir”.

N. de la R.: pedimos disculpas por las fotos de los platos (están en la galería de arriba, posar el mouse para mirarlas). Es lo único que pudimos tomar "de incógnito".

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