Cuando el vino se convierte en pesadilla

Martes, 25 de octubre de 2011
El colega y casi pariente de CaliJoaquín Hidalgo reprodujo esta nota que había escrito tiempo atrás en su blog, Bien Jugoso. Destaca que el vino no siempre causa placer. La mejor bebida también nos puede deparar momentos ingratos. Esos en los que uno preferiría ser bebedor de sosas aguas saborizadas a un amante del rojo producto de la vid. Así es esta pasión



Si como dijera Sigmund Freud al dar sus primeros pasos en la teoría psicoanalítica, a los humanos nos mueve la búsqueda del placer, cada vez que descorchamos y obsequiamos una botella nos vemos motorizados por ese principio universal esbozado por el padre del psicoanálisis.

¿Pero qué sucede cuando las cosas marchan mal? ¿Qué, cuando uno no encuentra el placer que buscaba? ¿Debiera ir al analista y contarle que tal botella estaba picada y que eso despierta una agria frustración de la infancia? ¿O que el olvido del sacacorchos en el auto, cuando el picnic es a cuatro kilómetros de caminata, es en realidad una negación que se arrastra por los bajofondos del yo? Para pasar el mal rato, lo que sigue es un compendio de cinco los cinco peores ratos en la vida del amante del vino. Seguro has estado alguna vez ahí.

La vanidad herida

En un esfuerzo de producción compraste una botella cara, con carenado lujoso y precio de nube. Para lucir esa porción de la vanidad que el dinero excita en las personas, invitás a una pareja a cenar a casa y al descorchar la botella –un importante vino, por ejemplo, más de 150 dólares la botella- no hay forma de ocultar que el vino no es puro placer. Todos lo elogian por caro, pero en tu corazón hay un sentimiento de estafa que late con fuerza. Por supuesto, nadie dirá que está mal, pero será difícil remontar la cuesta de la vanidad herida en la billetera.

La impaciencia como método


Un amigo del alma te regaló una botella que vos guardaste con celo cinco temporadas a la sombra. Y ahora, al fin, encuentrás el momento indicado para descorcharla. Al abrirla, un tufo de moho, betún y chispazos metálicos te alertan que algo no anda bien con el vino. Un sorbo despeja todo duda y la verdad es inapelable: está acabado. A la frustración primera sigue la ira, ira que deberás atemperar con unas clases de yoga si no querés sacar turno en el analista la semana entrante.

La botella equivocada

Sucede en cualquier reunión hogareña, cuando la gente no se conoce del todo. Uno llega con la mejor botella que es capaz a una cena y resulta que los dueños de casa no la abren y la encanutan para después, y a cambio ofrecen dos botellones de Valderrobles. O peor, la beben sin prestarle la menor atención, incluso "sodeado" para usar la expresión del enólogo Ángel Mendoza. Y entonces a uno le brota la psicosis como una enredadera en el alma y se jura y perjura que de aquí en más llevará Finca Los Quiroga a donde quiera que lo inviten.

El cuento del tío

A menudo uno quiere congraciarse con el médico, el abogado o el cliente. Las relaciones humanas son así. Entonces les caés un día con una botella de un vino, que leíste por ahí que era uno de los vinos más sabrosos del mercado. Y no va que el tipo lo recibe cordialmente, pura sonrisas, y muy suelto de cuerpo te cuenta que es abstemio por principios morales, religiosos o simple mal gusto. Ahí es cuando no hay marcha atrás: viendo alejarse la botella, que sabés morirá en una vitrina en la casa equivocada, la sensación es de bronca. Como si nos acabaran de hacer el cuento del tío y le dejaran el fajo de papel mientras el otro se lleva el  dinero.

La ley del gallinero

En nuestro mercado todos beben Malbec, algunos admiten que prefieren el Cabernet y los sofisticados proponen el Pinot Noir ante todo. Vos sos alguien sofisticado y en un almuerzo con el gerente general de la empresa que acaba de llegar de Buenos Aires proponés uno vino para darle color local al meeting: un pinot patagónico, que se sabe es sofisticado y grato. Al beberlo, sin medias tintas el gerente opina que le falta color, que le hubiera gustado un cabernet cojonudo y que, si no se ofende, va a pedir un tinto lija. ¿Cómo? Intentás explicarle que el Pinot es la suma de la suavidad, pero ya no hay caso: es la frustrante ley del gallinero. Y esa noche, cocido en el calor de su insomnio,pensás  que es hora de independizarte y montar un negocio la mañana siguiente.
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