Slow Food y la Izquierda Caviar

Jueves, 6 de mayo de 2010
En Francia, el término “Gauche Caviar” hace referencia a aquellos que proclaman tener ideas de izquierda, pero que mantienen una vida lujosa y comen sólo productos gourmet, ecológicos y ahora también “biodinámicos”. Slow Food es una organización que nació con buenas intenciones pero que ha perdido el rumbo, ya que la “lentitud de la urgencia” les impide comprender que la hambruna sólo se puede combatir con el perfecto equilibrio entre producción y sostenibilidad, sin fundamentalismos de ninguna índole.

El caviar está a la izquierda


En aquellos lejanos tiempos en que quien esto firma era estudiante de periodismo, se inculcaba en los alumnos la conveniencia de utilizar el “plural de modestia”, una técnica de evitar personalismos y de quitarle cualquier atisbo de soberbia a nuestros comentarios. Esta vez debo cambiar esa forma de escribir que utilizo a menudo, casi sin excepciones porque la ocasión lo amerita.

Como periodista agropecuario devenido gastronómico, mi formación anterior ha servido para no dejarme engañar con falsas utopías, tal el caso de la moda de la agricultura biodinámica que pregonan algunos bodegueros locales, tema que ya hemos tocado en FDO.

Pues bien, el tema que me ocupa y preocupa esta vez es Slow Food, la organización liderada por el colega Carlo Petrini (periodista piamontés) que promovió la creación de ARCI Gola, denominación que con el tiempo se transformó en SF, y tomó la imagen del caracol, símbolo de la lentitud.

De Carlo Petrini podemos decir que sus raíces políticas se remontan a los años ‘70 del siglo pasado. En esa época, ya era un joven periodista que dirigía el ARCI Gola. La sigla hace referencia a la Asociación Recreativa Cultural Italiana, una fusión de círculos culturales del Partido Comunista.

Ahora el lector entenderá mejor eso de la Izquierda Caviar. Petrini también era noticia al realizar actos contrarios a la apertura del primer MacDonald’s en Italia. Pasaba a ser así el José Bové italiano. Para quien no haya escuchado nunca este nombre, les contamos que se trata de un sindicalista francés antiglobalización, que ha cometido varios hechos de violencia en su país contra los símbolos del nuevo estatus de la economía mundial, uno de los cuales sin dudas es la famosa cadena de hamburguesas.

Petrini no recurrió a la violencia, claro está, pero sí entraría después en el terreno de las contradicciones ideológicas cuando el fundamentalismo pasó a ocupar un papel trascendente en el devenir de Slow Food.

Un periodista en Brá

Mi primer contacto con Slow Food fue en el año 2000. Por entonces, me encontraba viajando por Italia, sobre todo para participar como periodista acreditado a la Fieragricola de Verona. En ese momento, la organización piamontesa le entregaba una distinción a Carlos Lewis, productor salteño de quesos de cabra.

Durante la feria, me comentaron que SF estaba trabajando con los pequeños productores de Cauqueva, la cooperativa que tiene su sede en Maimará, en la Quebrada de Humahuaca. Los papines son uno de los cultivos predominantes en la zona, junto con los maíces andinos. Al mismo tiempo, Slow se fijó como objetivo evitar la desaparición del yacón, un tubérculo originario del Noroeste Argentino.

A simple vista, los objetivos de la organización eran loables, no había duda de ello. Mientras tanto, en Buenos Aires había un Convivium y otro grupo se aprestaba a conformar un nuevo grupo denominado Buenos Aires Norte (BAN). Con el tiempo, gracias a esa extraña facultad argentina de trabajar divididos, se formaba un tercer Convivium. A éstos hay que sumar los que tienen su sede en el interior del país.

Hoy, el Convivium original está desaparecido y los otros dos son manejados de manera verticalista. Quien esto suscribe, estuvo afiliado por un tiempo a uno de estos grupos, hasta que como se verá más adelante quedé sumido en el desencanto por el transcurso de los acontecimientos.

SF también organiza anualmente el “Salone del Gusto”, en Turín. Allí es posible encontrar productos y agricultores de todo el planeta. He sido testigo de la emoción de un par de crianceros malargüinos cuando se enteraron que iban a viajar a ciudad italiana para contar sus experiencias en la cría de chivitos.

Por desgracia, no siempre los que se benefician con estos viajes son productores. He visto personas vinculadas con la comercialización que fueron invitadas. Como se quiera, existe la elección a dedo de los participantes. No tengo dudas de que en Brá, sede del movimiento, poco y nada saben de esta situación, atribuible a uno de los grupos locales.

Por otra parte, durante la cuarta edición del Salone del Gusto, sorprendió la presencia de Gianni Alemanno, por entonces ministro de Agricultura (que tiempo después fue elegido como intendente de Roma). Este político estuvo siempre ligado a la derecha reaccionaria italiana, en las antípodas alejado de las ideas progresistas de Petrini y sus amigos de la izquierda italiana.

Un par de años después, en ocasión de viajar nuevamente este periodista a la Fieragricola de Verona, surgió la posibilidad de conocer Brá. En definitiva, la visita resultó provechosa pero en diferentes sentidos. Luego de recorrer las instalaciones, pasear por el pueblo “lento” y observar cómo se trabaja para editar libros y la revista oficial de la organización, todos logros valiosos, tuvimos la primera señal de alerta.

Sucedió que la muy atenta interlocutora, tiró una frase a boca de jarro: “Sabemos –dijo- que los productores argentinos reciben subsidios del gobierno, pero nunca el dinero que reciben lo invierten para trabajar, sino que lo utilizan para construir un baño con hidromasaje o para comprarse una camioneta último modelo”.

Esta aseveración terminó de convencernos de que más allá de las reiteradas visitas al país por parte de miembros de SF, existe un desconocimiento absoluto de lo que ocurre en nuestro campo. En la Argentina, los productores no sólo que no reciben un subsidio, sino que además tienen que pagar un impuesto distorsivo como son las retenciones a la exportación (35 por ciento en la soja, nada menos).

En la Unión Europea, en cambio, los gobiernos tienen un fondo para subsidiar directamente la producción y la exportación de productos agrícolas. Pero también ocurre que muchos agricultores reciben dinero para dejar de producir. Esta práctica proteccionista está justificada por los franceses con el término “multifuncionalidad”, que consiste en otras cosas en poner dinero para el bienestar animal y el mantenimiento del paisaje.

La decepción

Cuanto menos, Slow Food pasó a despertarme sentimientos contradictorios, lo cual se exacerbó cuando pasaron a ser acérrimos enemigos de los alimentos transgénicos. Quizá haya que recordarles a los amigos Slow que la Unión Europea tuvo graves dificultades sanitarias con el “mal de la vaca loca”, nombre vulgar con el que se conoce a la Encefalopatía Espongiforme Bovina (BSE). Este mal apareció en Gran Bretaña por culpa de las carneharinas, por lo que hoy la alimentación con subproductos de soja transgénica es un gran alivio para el consumidor, porque sabe que la carne es inocua.

Hay que decir además que la UE está enfrascada en una lucha sin cuartel contra los organismos genéticamente modificados (OGM), precisamente porque los norteamericanos (Monsanto), fueron los que lanzaron al mercado esta tecnología que ha favorecido el aumento de la producción en volumen y rendimientos.

Está claro que el fundamentalismo no conduce a nada positivo. Y hoy el caracol tiene más temor del glifosato que de la situación de hambruna total que sufren mil millones de personas en el planeta. Y que como bien dijo el secretario general de SF, Paolo Di Croce, cada tres segundos muere en el mundo una persona de inanición, mientras que otros 2 mil millones tienen problemas de salud debido a la mala alimentación.

Deseo fervientemente que Slow Food, un movimiento que hace cosas muy buenas, termine siendo un nuevo exponente de la Izquierda Caviar. Es muy atrayente para cualquiera comer trufas (como las que abundan en la zona de Brá) o foie-gras francés, pero también es cierto que un pobre de Africa no va a preguntar si el alimento que le ofrecen es transgénico o no.

En todo caso, lo que hace falta es equilibrio entre producción y sustentabilidad. Es necesario que haya MacDonald’s para que la gente sepa comparar. No me disgusta que alguien coma hamburguesas y papas fritas industriales, lo que no se puede es prohibir estos locales. Además, no todos pueden tener dinero para consumir únicamente productos orgánicos, que tienen un sobreprecio por las mayores dificultades y costos de producción.

Está más que bien que se protejan las tradiciones gastronómicas, las recetas familiares, los productos nobles y cultivados responsablemente, y que éstos sean sanos y ricos. Pero hay mucha gente que no tiene qué llevarse a la boca.

Por el otro lado, la Izquierda Caviar dice una cosa y hace otra, igualito que el cura. Mi deseo personal es que el caracol siga siendo lento, pero que no se desvíe del camino trazado en los orígenes. Hoy por hoy, lo que vemos en Slow Food es una contradictoria “lentitud en la urgencia”, en ese inmenso desafío que tiene la Humanidad de darle de comer a miles de millones de seres hambrientos que jamás tendrán la oportunidad de probar el caviar de esturiones del Mar Caspio.

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