Perdón PerónDomingo, 27 de mayo de 2018Con su habitual ironía y la agudeza de su prosa, el autor (que sí fue a comer a Perón Perón y que es provinciano como el personaje de esta historia) nos cuenta lo que vio, entre otras que el chef no estaba nunca en la cocina.
Advertencia: no se ha cerrado ningún restaurante ni se han perdido lugares de trabajo, al lector sensible y presto al amiguismo de baja calidad se lo invita a redirigirse a otros sitios web. Asimismo, no es exactamente una crónica gastronómica, sino un relato de las formas para intentar entender el fondo. Todos los personajes son ficticios, es bien sabido que en la Argentina al realismo mágico lo llamamos simplemente realismo.
¿Conocen el concepto de storytelling en publicidad? Es un fenómeno que se intensificó en los últimos años, y trata de contar historias para generar un compromiso con las empresas que llegue a que los espectadores incorporen a los protagonistas a su mundo imaginario y se quede con ganas de saber qué pasa cuando les nace el bebé a la pareja del Galicia, logrando una presencia mucho más entretenido que una publicidad tradicional.
Esto hace que la marca esté un poco más presente en las personas que con otros tipos de publicidad y genere adherencia y por ende, clientes dando una imagen de falsa familiaridad para seguir haciendo lo que cualquier empresa desea de nosotros: consumir.
Así extraños irrumpen en nuestra vida cotidiana y personajes externos ocupan un lugar tratando que le debamos fidelidad. Cualquier similitud con el estilo porteño de conocer a los cocineros, saludarlos por su nombre, chapear con su cercanía, conocer su día a día e intimidad es pura coincidencia.
Hace unos años existía un restaurante en la calle Carranza de Palermo, el "Perón-Perón", francamente malo, con abundante iconografía del tirano prófugo y sus cómplices, como asimismo de dirigentes posteriores del partido hasta ese momento; en general funcionando a media máquina se sospechaba que sobrevivía gracias a aportes extras provenientes de la política como otros restaurantes y bares temáticos de la época, pero no sé, no me consta.
En un momento, unos seis años atrás, se hace cargo un cocinero nuevo y se comienza a hablar del lugar, cosa rara en un restaurante de Palermo. En mi primera visita, encontré una muy buena cava, mozos atentos y supuestamente muy cuidados y, lo más importante: una carta acotada pero buena con platos clásicos y ricos de comer en porciones generosas y precios razonables.
En sucesivas visitas empecé a escuchar la historia oficial del alma mater: origen en el interior (sabe Dios qué culpa arrastran los porteños con los provincianos para pensar que sabemos cocinar y comer, nosotros, los reyes del bife bien cocido), que dejó la universidad por el amor a la gastronomía (después como en las parejas se sabría que la Psicología lo dejó primero); ninguna experiencia comercial previa (raro, emplataba bien, el tiempo de elaboración de la comida era tolerable y manejaba el stock sin excesos); actitud amiguista, buen anfitrión, asumido como radical pero con respeto por el peronismo, el consabido elogio de las recetas de la abuela, el braseado como leit motiv de su vida, largas anécdotas de Salta y su pareja siempre en el salón atenta a los detalles. Una monada, ¿cómo no hacerse amigo del mismo y llevarlo a la mesita de luz?
Una cosa no cerraba: el cocinero nunca estaba en la cocina. Sea sentado en alguna mesa -sobre todo si había miembros del gobierno o sus adláteres-, tomando un trago en la barra, fumando en la puerta -sugiero al Departamento de Arbolado Urbano el control de los ejemplares frente al restaurante para prevenirles una crisis de abstinencia- o directamente ausente, lo más frecuente a medida que pasaba el tiempo.
El storytelling, que tan bien había funcionado al comienzo se comenzaba desmoronar y me empezaba a dar curiosidad el detrás de la escena. Así me entero que el verdadero organizador y cocinero era Napoleón -para ponerle un nombre digno de un grande-, gran profesional tucumano, conocedor de los tiempos y necesidades de los fuegos -lo recuerdo entrando al restaurante seis y algo de la mañana, al salir a llevar los chicos al colegio. Al susodicho hay que seguirlo donde va, gran tipo y garantía de buena comida, perfeccionista al mango.
La historia oficial cambia a relato y éste vuelve entonces a funcionar: en realidad había que formar una buena brigada más que estar, la pareja manejaba el salón, algún cocinero vintage -bastante chanta- de los '80 asesoraba y éramos todos amigos, había que cerrar la grieta.
Al tiempo nuevo revés: clausura por faltas impositivas y sobre todo incumplimiento de los aportes patronales, parecía ser que el personal no estaba tan cuidado. El tiempo de cierre fue breve, eran épocas en que cualquier llamado telefónico solucionaba todo, una promesa de pago y al fin de cuentas era un restaurante para ese momento kirchnerista con su cocinero cantando la marchita cuando estaba y haciéndose amigo de quienes debía, sean funcionarios que robaban con los derechos humanos o familiares de Paco Urondo que lucraban con su memoria: ¿a quién podía sorprender que amagara por izquierda y saliera por derecha?
Pero un día Napo se fue, y otro día terminó el mandato la Presidenta anterior, y otro día el restaurante ya no estaba tan lleno. La única constante era la ausencia del cocinero en el lugar, ahora sumada a la de su pareja, haciendo ambos presencias en eventos gastronómicos, programas de televisión o radio, contando anécdotas personales, el deterioro en la cocina, la alta rotación del personal y cierta sospecha -a la cual no adhiero- acerca que el lugar se financiaba no solo con su trabajo, parece ser que los lugares sin facturación fija como lo son los dedicados a la gastronomía se prestan al lavado.
No se sí por eso, o por una epidemia gorila en pocos meses anteriores o posteriores al cambio de gobierno, cerró la cadena de hamburguesas kirchnerista "Nac & Pop", el restaurante "El General" (al cual el cocinero de marras había hurtado los nombres de los platos, pero ya se sabe que ladrón que roba a un ladrón tiene cien años de perdón), dos o tres más de poca monta y solo sobrevivía nuestro conocido local de la calle Carranza, presto a alimentar a la résistance K que luchaba por la patria en peligro (Die Heimat ist in Gefahr como en Alemania en 1939).
En mi última visita vi de costado una cata de vinos entrerrianos de mesa manejada por Alejandro Maglione, lo que mostraba las claras la decadencia de la oferta (hablo de los vinos, creo que no del periodista), y el futuro gris que se aproximaba dado que es bien sabido que los compañeros huelen sangre a kilómetros y tienen por deporte favorito contarse las costillas sobre todo si empieza a escasear la plata.
Aparecieron eventuales manejos turbios de dinero, falta de pagos impositivos, presuntos negociados con proveedores, algún posible registro indebido del nombre del local y uno de los dueños, Daniel Narezo Roig tomó el control del lugar el martes pasado, empezando otra etapa para el restaurante.
Como en la pareja del Galicia el paso del tiempo desnudó que Barrientos -Paola- era pese al estereotipo el personaje que sostenía la trama y Marcos fue cambiando su estilo de ingenuo y dominado a estúpido y manipulador.
Nunca lo vi trabajar, gastaba como rico sin saber si iba a poder pagar, su vida era una sucesión de tramas sostenidas para el afuera y con el paso del tiempo comenzó a irritarme: ¿qué me importa acerca de lo que cuenta de lo que era supuestamente su vida?
Como en la publicidad del Galicia, corresponde al pragmatismo médico hacer caer las vendas y decir la verdad: "se cayó un contrato de marketing", no obstante la publicidad tranquiliza: "los beneficios del banco siguen igual".
Adiós Gonzalo -yo sé que pensás que volvés pero a partir de ahora todo es melancolía-, no sé cómo vamos a arreglarnos sin vos pero va a ser lindo averiguarlo.
PD1: Como si fuera poco, y al estilo del muerto en el ataúd del cine neorrealista italiano que se levanta para escupir una maldición, el cocinero deja su mandato histórico -el locro del 25, maná del pueblo- en mano de los también vecinos "El Antigourmet", arengando a la gente a seguir a su heredero. ¿Era necesaria tanta maldad?
PD2: El bebé del Galicia ganó las redes sociales, gracias al cuidado de sus padres.
Fotos: Fondo de Olla (c) y tomadas de la web.
Con su habitual ironía y la agudeza de su prosa, el autor (que sí fue a comer a Perón Perón y que es provinciano como el personaje de esta historia) nos cuenta lo que vio, entre otras que el chef no estaba nunca en la cocina.
Advertencia: no se ha cerrado ningún restaurante ni se han perdido lugares de trabajo, al lector sensible y presto al amiguismo de baja calidad se lo invita a redirigirse a otros sitios web. Asimismo, no es exactamente una crónica gastronómica, sino un relato de las formas para intentar entender el fondo. Todos los personajes son ficticios, es bien sabido que en la Argentina al realismo mágico lo llamamos simplemente realismo.
¿Conocen el concepto de storytelling en publicidad? Es un fenómeno que se intensificó en los últimos años, y trata de contar historias para generar un compromiso con las empresas que llegue a que los espectadores incorporen a los protagonistas a su mundo imaginario y se quede con ganas de saber qué pasa cuando les nace el bebé a la pareja del Galicia, logrando una presencia mucho más entretenido que una publicidad tradicional.
Esto hace que la marca esté un poco más presente en las personas que con otros tipos de publicidad y genere adherencia y por ende, clientes dando una imagen de falsa familiaridad para seguir haciendo lo que cualquier empresa desea de nosotros: consumir.
Así extraños irrumpen en nuestra vida cotidiana y personajes externos ocupan un lugar tratando que le debamos fidelidad. Cualquier similitud con el estilo porteño de conocer a los cocineros, saludarlos por su nombre, chapear con su cercanía, conocer su día a día e intimidad es pura coincidencia.
Hace unos años existía un restaurante en la calle Carranza de Palermo, el "Perón-Perón", francamente malo, con abundante iconografía del tirano prófugo y sus cómplices, como asimismo de dirigentes posteriores del partido hasta ese momento; en general funcionando a media máquina se sospechaba que sobrevivía gracias a aportes extras provenientes de la política como otros restaurantes y bares temáticos de la época, pero no sé, no me consta.
En un momento, unos seis años atrás, se hace cargo un cocinero nuevo y se comienza a hablar del lugar, cosa rara en un restaurante de Palermo. En mi primera visita, encontré una muy buena cava, mozos atentos y supuestamente muy cuidados y, lo más importante: una carta acotada pero buena con platos clásicos y ricos de comer en porciones generosas y precios razonables.
En sucesivas visitas empecé a escuchar la historia oficial del alma mater: origen en el interior (sabe Dios qué culpa arrastran los porteños con los provincianos para pensar que sabemos cocinar y comer, nosotros, los reyes del bife bien cocido), que dejó la universidad por el amor a la gastronomía (después como en las parejas se sabría que la Psicología lo dejó primero); ninguna experiencia comercial previa (raro, emplataba bien, el tiempo de elaboración de la comida era tolerable y manejaba el stock sin excesos); actitud amiguista, buen anfitrión, asumido como radical pero con respeto por el peronismo, el consabido elogio de las recetas de la abuela, el braseado como leit motiv de su vida, largas anécdotas de Salta y su pareja siempre en el salón atenta a los detalles. Una monada, ¿cómo no hacerse amigo del mismo y llevarlo a la mesita de luz?
Una cosa no cerraba: el cocinero nunca estaba en la cocina. Sea sentado en alguna mesa -sobre todo si había miembros del gobierno o sus adláteres-, tomando un trago en la barra, fumando en la puerta -sugiero al Departamento de Arbolado Urbano el control de los ejemplares frente al restaurante para prevenirles una crisis de abstinencia- o directamente ausente, lo más frecuente a medida que pasaba el tiempo.
El storytelling, que tan bien había funcionado al comienzo se comenzaba desmoronar y me empezaba a dar curiosidad el detrás de la escena. Así me entero que el verdadero organizador y cocinero era Napoleón -para ponerle un nombre digno de un grande-, gran profesional tucumano, conocedor de los tiempos y necesidades de los fuegos -lo recuerdo entrando al restaurante seis y algo de la mañana, al salir a llevar los chicos al colegio. Al susodicho hay que seguirlo donde va, gran tipo y garantía de buena comida, perfeccionista al mango.
La historia oficial cambia a relato y éste vuelve entonces a funcionar: en realidad había que formar una buena brigada más que estar, la pareja manejaba el salón, algún cocinero vintage -bastante chanta- de los '80 asesoraba y éramos todos amigos, había que cerrar la grieta.
Al tiempo nuevo revés: clausura por faltas impositivas y sobre todo incumplimiento de los aportes patronales, parecía ser que el personal no estaba tan cuidado. El tiempo de cierre fue breve, eran épocas en que cualquier llamado telefónico solucionaba todo, una promesa de pago y al fin de cuentas era un restaurante para ese momento kirchnerista con su cocinero cantando la marchita cuando estaba y haciéndose amigo de quienes debía, sean funcionarios que robaban con los derechos humanos o familiares de Paco Urondo que lucraban con su memoria: ¿a quién podía sorprender que amagara por izquierda y saliera por derecha?
Pero un día Napo se fue, y otro día terminó el mandato la Presidenta anterior, y otro día el restaurante ya no estaba tan lleno. La única constante era la ausencia del cocinero en el lugar, ahora sumada a la de su pareja, haciendo ambos presencias en eventos gastronómicos, programas de televisión o radio, contando anécdotas personales, el deterioro en la cocina, la alta rotación del personal y cierta sospecha -a la cual no adhiero- acerca que el lugar se financiaba no solo con su trabajo, parece ser que los lugares sin facturación fija como lo son los dedicados a la gastronomía se prestan al lavado.
No se sí por eso, o por una epidemia gorila en pocos meses anteriores o posteriores al cambio de gobierno, cerró la cadena de hamburguesas kirchnerista "Nac & Pop", el restaurante "El General" (al cual el cocinero de marras había hurtado los nombres de los platos, pero ya se sabe que ladrón que roba a un ladrón tiene cien años de perdón), dos o tres más de poca monta y solo sobrevivía nuestro conocido local de la calle Carranza, presto a alimentar a la résistance K que luchaba por la patria en peligro (Die Heimat ist in Gefahr como en Alemania en 1939).
En mi última visita vi de costado una cata de vinos entrerrianos de mesa manejada por Alejandro Maglione, lo que mostraba las claras la decadencia de la oferta (hablo de los vinos, creo que no del periodista), y el futuro gris que se aproximaba dado que es bien sabido que los compañeros huelen sangre a kilómetros y tienen por deporte favorito contarse las costillas sobre todo si empieza a escasear la plata.
Aparecieron eventuales manejos turbios de dinero, falta de pagos impositivos, presuntos negociados con proveedores, algún posible registro indebido del nombre del local y uno de los dueños, Daniel Narezo Roig tomó el control del lugar el martes pasado, empezando otra etapa para el restaurante.
Como en la pareja del Galicia el paso del tiempo desnudó que Barrientos -Paola- era pese al estereotipo el personaje que sostenía la trama y Marcos fue cambiando su estilo de ingenuo y dominado a estúpido y manipulador.
Nunca lo vi trabajar, gastaba como rico sin saber si iba a poder pagar, su vida era una sucesión de tramas sostenidas para el afuera y con el paso del tiempo comenzó a irritarme: ¿qué me importa acerca de lo que cuenta de lo que era supuestamente su vida?
Como en la publicidad del Galicia, corresponde al pragmatismo médico hacer caer las vendas y decir la verdad: "se cayó un contrato de marketing", no obstante la publicidad tranquiliza: "los beneficios del banco siguen igual".
Adiós Gonzalo -yo sé que pensás que volvés pero a partir de ahora todo es melancolía-, no sé cómo vamos a arreglarnos sin vos pero va a ser lindo averiguarlo.
PD1: Como si fuera poco, y al estilo del muerto en el ataúd del cine neorrealista italiano que se levanta para escupir una maldición, el cocinero deja su mandato histórico -el locro del 25, maná del pueblo- en mano de los también vecinos "El Antigourmet", arengando a la gente a seguir a su heredero. ¿Era necesaria tanta maldad?
PD2: El bebé del Galicia ganó las redes sociales, gracias al cuidado de sus padres.
Fotos: Fondo de Olla (c) y tomadas de la web.