Sí a las salmonerasMiércoles, 17 de abril de 2019Sí a la acuicultura. Sí a la cría de salmón. Sí, sí, sí. En los últimos tiempos se han puesto de relieve ciertas opiniones en contra de la salmonicultura. Antes de opinar graciosamente sobre algo, conviene interiorizarse y evaluar los pros y las contras.
El espectro es variado: hay muchas personas que, en su creencia, se oponen a cualquier intervención humana que mejore la productividad en la obtención de alimentos. También están los puristas que opinan que sólo se deben consumir productos "salvajes", sin tener en consideración que hay especies como el salmón en las que la modalidad salvaje multiplica su precio varias veces.
A todo esto, se suma el hecho de que la actividad pesquera afronta sus propios dilemas: ante la escasez de recursos marinos, aparece el debate entre la "sobrepesca" y la merma en la actividad de faena en tierra y la consiguiente pérdida de puestos de trabajo.
Pero volvamos a los grandes números. Para el caso específico del pescado, la producción total mundial es de alrededor de 170 millones de toneladas/año, de lo cual casi el 90% se destina a consumo humano directo, lo que arroja un promedio alimentario de 20 kg/año por habitante de este planeta (fuente: FAO, Roma 2018). De ese consumo, la mitad aproximadamente proviene de la acuicultura.
En la Argentina, la acuicultura tuvo sus vaivenes. Comenzó a tomar volumen en los ´90 con la cría de la trucha arco iris (Oncorhynchus mykiss), y ya en 2012 este cultivo fue superado por el pacú (Piaractus mesopotamicus). Hoy, la suma de ambos representa el 90% de la producción nacional.
Con todo, los valores de producción acuícola argentina actual no son relevantes, si se lo compara con el crecimiento de la acuicultura a nivel regional y mundial.
Ante la noticia de que en el Canal del Beagle se haría un estudio de viabilidad de cría de salmones hubo muchas voces en contra. Puedo entender perfectamente a aquellos que se preocupan por el impacto ambiental de una nueva industria, al considerar si ésta se desarrollará cerca o no de un área urbana y/o turística de magnitud. Pero algo distinto es oponerse a la acuicultura de manera indiscriminada.
En particular, las objeciones que se le hacen a la salmonicultura, se refieren a:
· los sistemas de cría en jaulas a mar abierto, y tiene que ver con los residuos derivados de la alimentación.
· la posibilidad de que al introducirse especies exóticas, puedan escaparse individuos y así alterar el ecosistema.
· uso de antibióticos
Son objeciones válidas. Pero no invalidantes. Por ejemplo, hay otros métodos de cultivo de salmones en tierra, mediante circuitos cerrados de agua dulce desinfectada y salinizada, en ambientes aislados. Estos sistemas tienen la ventaja de mantener fuera de las instalaciones vectores infecciosos. De esta manera también se imposibilita el escape de los individuos exóticos. Además existen medidas de higiene, como criar una sola generación de peces en cada vivero.
Hoy ya todos sabemos que el uso en prolongado en el tiempo de antibióticos -sea en piscicultura o en medicina humana-, desencadena el desarrollo de resistencia a los microbios. Por eso en Noruega (país primer productor de salmón del mundo, y el que menos antibióticos usa) la industria salmonera ya sustityó casi completamente esos antimicrobianos por vacunas que se aplican en la fase de agua dulce. Noruega es precisamente el país involucrado en el proyecto en Tierra del Fuego.
Entonces, preocupémonos por la salud pública, por la buena alimentación, por el impacto ambiental de nuestras industrias. Tengamos autoridades de control que se preocupen y se ocupen de los problemas de fondo, protegiendo el futuro de los recursos naturales.
Pero no digamos medias verdades. Hoy la salmonicultura, y la acuicultura en general, son actividades sustentables.
Sí a la acuicultura. Sí a la cría de salmón. Sí, sí, sí. En los últimos tiempos se han puesto de relieve ciertas opiniones en contra de la salmonicultura. Antes de opinar graciosamente sobre algo, conviene interiorizarse y evaluar los pros y las contras.
El espectro es variado: hay muchas personas que, en su creencia, se oponen a cualquier intervención humana que mejore la productividad en la obtención de alimentos. También están los puristas que opinan que sólo se deben consumir productos "salvajes", sin tener en consideración que hay especies como el salmón en las que la modalidad salvaje multiplica su precio varias veces.
A todo esto, se suma el hecho de que la actividad pesquera afronta sus propios dilemas: ante la escasez de recursos marinos, aparece el debate entre la "sobrepesca" y la merma en la actividad de faena en tierra y la consiguiente pérdida de puestos de trabajo.
Pero volvamos a los grandes números. Para el caso específico del pescado, la producción total mundial es de alrededor de 170 millones de toneladas/año, de lo cual casi el 90% se destina a consumo humano directo, lo que arroja un promedio alimentario de 20 kg/año por habitante de este planeta (fuente: FAO, Roma 2018). De ese consumo, la mitad aproximadamente proviene de la acuicultura.
En la Argentina, la acuicultura tuvo sus vaivenes. Comenzó a tomar volumen en los ´90 con la cría de la trucha arco iris (Oncorhynchus mykiss), y ya en 2012 este cultivo fue superado por el pacú (Piaractus mesopotamicus). Hoy, la suma de ambos representa el 90% de la producción nacional.
Con todo, los valores de producción acuícola argentina actual no son relevantes, si se lo compara con el crecimiento de la acuicultura a nivel regional y mundial.
Ante la noticia de que en el Canal del Beagle se haría un estudio de viabilidad de cría de salmones hubo muchas voces en contra. Puedo entender perfectamente a aquellos que se preocupan por el impacto ambiental de una nueva industria, al considerar si ésta se desarrollará cerca o no de un área urbana y/o turística de magnitud. Pero algo distinto es oponerse a la acuicultura de manera indiscriminada.
En particular, las objeciones que se le hacen a la salmonicultura, se refieren a:
· los sistemas de cría en jaulas a mar abierto, y tiene que ver con los residuos derivados de la alimentación.
· la posibilidad de que al introducirse especies exóticas, puedan escaparse individuos y así alterar el ecosistema.
· uso de antibióticos
Son objeciones válidas. Pero no invalidantes. Por ejemplo, hay otros métodos de cultivo de salmones en tierra, mediante circuitos cerrados de agua dulce desinfectada y salinizada, en ambientes aislados. Estos sistemas tienen la ventaja de mantener fuera de las instalaciones vectores infecciosos. De esta manera también se imposibilita el escape de los individuos exóticos. Además existen medidas de higiene, como criar una sola generación de peces en cada vivero.
Hoy ya todos sabemos que el uso en prolongado en el tiempo de antibióticos -sea en piscicultura o en medicina humana-, desencadena el desarrollo de resistencia a los microbios. Por eso en Noruega (país primer productor de salmón del mundo, y el que menos antibióticos usa) la industria salmonera ya sustityó casi completamente esos antimicrobianos por vacunas que se aplican en la fase de agua dulce. Noruega es precisamente el país involucrado en el proyecto en Tierra del Fuego.
Entonces, preocupémonos por la salud pública, por la buena alimentación, por el impacto ambiental de nuestras industrias. Tengamos autoridades de control que se preocupen y se ocupen de los problemas de fondo, protegiendo el futuro de los recursos naturales.
Pero no digamos medias verdades. Hoy la salmonicultura, y la acuicultura en general, son actividades sustentables.