El último sánguche en París

Jueves, 19 de julio de 2012
Ya hemos escrito bastante sobre Francis Mallmann y su contradictoria figura: el chef famoso que hizo conocer a una supuesta gastronomía argentina en el mundo, el cocinero que no cocina, el que es capaz de hacer un sánguche de jamón y queso debajo de la Torre Eiffel.


Confieso que no veo el programa de Los Siete Fuegos en París, por ElGourmet. Me aburre Mallmann con su tono monocorde, esa pachorra que sólo es posible mantener frente a las cámaras pero nunca dentro de una cocina atiborrada de comandas. Y me sigue sorprendiendo lo bien que lo tratan algunos colegas (sobre todo algunos de los que tienen mayor trayectoria, no todos por suerte) que lo “endiosan” como si FM fuera quien inventó la cocina argentina (si es que ésta existe y si lo que hace Francisco es realmente algo que vale la pena). Los Siete Fuegos en París, con la imagen de fondo de la grandiosa Tour Eiffel, me suenan a despilfarro de dinero, de pérdida de horas hombre, de enormes esfuerzos de producción para que luego el chef haga poco y nada. Algunos dirán: “qué genio este tipo, cocina un bife con papas en la Ciudad Luz”. A mí me parece un despilfarro, una burla al espectador.

La verdad es que en general, salvo excepciones, los que andan por la tele me dan vergüenza ajena, como el tatuado que se limpia el sudor con una servilleta que luego utilizará para acomodar la comida en el plato, el que ora ante Buda, el japonés que se llama Alejandro y no habla una palabra del idioma nipón, y también el que es capaz de utilizar media hora de programa para preparar un especial de jamón y queso. La verdad, me quedo con el sánguche del gallego de la esquina de Bonpland y Honduras, que es más rico, más barato y está a pocas cuadras de mi casa. Es que si voy a París aprovecharía para comer un foie gras, una cassoulet, en fin todo lo bueno que hay en la gastronomía francesa y no un simple emparedado o un bollo (como le dicen en España) de jamón y queso. A lo sumo, si estoy con el bolsillo medio vacío rumbeo para las Galerías Lafayette, en su espacio gourmet, y me llevo algunas cositas para comer en el hotel.


Reitero, no pude ver el programa de Francisco por la tele (el capítulo del sánguche). Ya en otro momento nos referiremos a cómo se ha destruido a los canales de cocina en el cable argentino y latinoamericano. Han superado el límite de lo vergonzoso, hasta cruzar el límite de la vergüenza ajena también. Pero me contaron que Francis superó esta vez todo lo imaginado. Le consiguieron un poco de pan (total en París en cualquier lugar vas a encontrar buen pan). Además, queso, nada complicado en el país de los mejores quesos del mundo. Y también el jamón, ningún mérito en especial. Con estos tres ingredientes, algo de fuego para justificar los gastos de producción, el chef armó “un especial de jamón y queso” como si estuviera en cualquier boliche de Buenos Aires. Un audaz, dijeron algunos colegas, un innovador, un tipo jugado, un maestro, un irreverente, un genio.

Si algunos de nuestros lectores lo vieron al Gran Francis, el que te cobra una fortuna por un plato de polenta en su restaurante de La Boca, por favor cuenten, agreguen información. En lo personal, a mí no me gustan los cocineros que no cocinan, menos aún los que insultan la inteligencia del público, ya sea en un lugar de comidas, en la tele o donde fuere. El último sánguche en París es una obra maestra del terror. Definitivamente, me da vergüenza ajena.