21 platitos y un vermú

Lunes, 6 de enero de 2014
Los bolichitos de la Rambla de Mar del Plata tuvieron su época de oro con picadas memorables. Nuestro amigo "el escritor portátil" cuenta esta historia que nos transporta en el tiempo. Todo gracias a una foto de la  revista Life

Los barcitos de la Rambla en la década del 50. Foto tomada por Dmitri Kessel para la revista Life
"Podía recordarlo todo, hubiese sucedido o no" (Mark Twain)
Ocasionalmente, ciertas costumbres son como algunas modas que vuelven con los años. Lo extraño son aquellas que se pierden en los tiempos y salvo para curiosos, historiadores o sociólogos que recurren a su rescate para explicar su fenómenos y hasta su ausencia, la mayoría de las veces se recurre a la memoria de los mayores o a algún extraño libro o publicación perdidos en los humos de los tiempos.

Desde hace algunos meses, el diario "La Capital" lanzó una sección de participación con el público cuyo principal objetivo es que los lectores aporten sus fotos de famila (así se llama la sección) que permitan ver la evolución en el tiempo de una ciudad como Mar del Plata a todo nivel. La sección on line se ha convertido en una de mis favoritas. Allí me reeencontré con un montón de paisajes de la infancia, como los famosos Cisnes mecánicos que funcionaban en lago del Parque Camet, o el helicóptero de Jockey Club que solía sobrevolar muy bajo las playas del centro.

Aún así, tuve que esperar algún tiempo para que apareciese la foto que estaba esperando: la de los bolichitos de la Rambla que ofrecían la inolvidable picada de los 21 platitos. La foto es espectacular, data de los años 50 y fue sacada por un fotógrafo de la revista LIFE. Claro, yo ni siquiera había venido al mundo, mis padres no se habían conocido pero treinta años después de esa foto, todavía recuerdo el paisaje y el final de los últimos bolichitos que habían quedado en pie y en cuyas mesas se discutía el mundo, el país y las cosas del verano.

La Rambla también tuvo su decadencia como el Gran Hotel Provincial de Bustillo rescatado hace un par de años. Las cosas ya no fueron las mismas y los (malos) contadores de chistes y outlets de outlets de cantantes mediocres poblaron las escalinatas al paso de las gitanas que ofrecen amor y fortuna a cambio de la compra de peines y curitas mientras, a unos pasos, vendedores del África negra venden productos truchos disfrazados de primera marca, todos de contrabando. La Rambla de antaño es una fascinante versión ordenada de La Salada ubicada a la vera del mugriento riachuelo.

A comienzos de los '70, yo era muy pibe, mi abuelo sabía detectar los mejores lugares para las picadas marplatenses. Iba a un lugar muy pequeño que se llamaba "Ricardito" situado en pleno centro y cuando había sol solía concurrir a las "terrazas" de la Rambla. Intrigado, comencé a buscar cómo era aquella picada marplatense que pasó a la historia. Ese gran oráculo actual que es Google me brindó la respuesta tras una búsqueda que no fue fácil.

Así lo cuenta en su página web, Pascualino Marchese."Se empezaba en serio, muy en serio, allí, los domingos alrededor del mediodía. No importaba cuantos éramos. Sabíamos que aquella mesa larga, mirando la playa y las carpas, bajo sombrillas impenetrables a los rayos solares, podría contener todos los amigos del mundo. Empezaban a venir los platitos. Cazuelitas de pulpo a la gallega, de mejillones pelados a la provenzal, platitos de rabas, de calamarettis fritos y a la lionesa, cornalitos fritos, pequeños trozos de merluza a la romana y escabechados. Empanaditas de atún, papita a la provenzal, platos con queso cortado, con jamón en cuadraditos, con salamín, con calabresa, con aceitunas verdes, maníes salados, papas fritas. Cazuelita de porotos pallares, de mondongo, berenjenas en escabeche, albóndigas en salsa de tomate, rectangulito de tostados, de pizzetas, pan por supuesto.

Para beber, el clásico e infaltable "Clericôt", resabio de la “Belle Époque”, el Gancia o Cinzano con limón y soda. El fernet (Branca, ¡ojo!) con Cinzano y soda con desbordante espuma, gin tonic con cáscara de limón. Para las las damas, un jerez Tío Paco (no otro), un Alexander, un delicado vino blanco o un oportuno jugo de naranjas.

Para algunos “respetables”, nunca faltaba el jamón crudo Torgelón con fetas de pan negro untadas con manteca y una botella de helado blanco seco con servilleta blanca colgada a su cuello y resguardada en un balde con hielo. O la humeante fuente de cascarudos mejillones a la provenzal o unas ciruelas envueltas en panceta. Después al menos, un plato debía comerse: Sorrentinos a la crema o spaghetti a la pummarola."

Salú.

Más historias en tomapapost.blogspot.com
Más de Olla Colifa