Una reciente visita a la capital neuquina, con motivo del Salón de Alimentos Neuquinos y Vinos de la Patagonia, nos permitió conocer La Toscana, restaurante de los hermanos Mauricio, Darío y Edgard Couly Ventimiglia. Como nos comentaba una colega la noche de nuestra visita (y coincidimos con la apreciación), los de la Academia Argentina de Gastronomía no deben conocer el lugar, ya que premiaron a una tal Nadia, de Mendoza, que no es un mal lugar, pero tampoco puede considerarse como el mejor restaurante de la Argentina. La Toscana, por caso, nos parece mucho más destacado desde todo punto vista. Con varios años a cuestas, los Couly Ventimiglia lograron alcanzar un prestigio que excede ya los límites de la propia ciudad de Neuquén. Una de las características del lugar es que se las ingenian para conseguir insumos de gran calidad, muchos de ellos artesanales, otros que buscan en la región y son obra de pequeños productores. La presentación es sumamente original; basta observar a los mozos trasladando recipientes (ollas chicas, cacerolas, cazuelas), las cuales reemplazan a la tradicional vajilla. La cocina está a la vista, desde una ancha barra desde la que se ve a los cocineros trabajando. Nada que esconder, por cierto, una buena señal para cualquier lugar en el que se expenden comidas.
La burrata fresca con jamón crudo, tomates confitados y rúcula, resultó deliciosa. Hay otras entradas para compartir: salamín sudado con jamón crudo, papas asadas y olivas negras; mollejas finas y crocante al horno de barro, degustación de quesos artesanales. Si bien predominan los platos de estilo italiano, también encontramos empanadas con verdes, quesillo al horno de barro con migajas y pesto de tomates, huevito con trucha ahumada con parmesano y crema. De lo italiano, carpaccio con rúcula, parmesano, tomates secos y alcaparras; bife toscano con papas rotas; bistecca de novillo al horno de barro con ensalada mixta; involtini de berenjenas; lasagnette de carne y hongos. Hay postres al horno de barro, como la torta rústica crocante de peras pocheadas con helado de noyau, y frutas quemadas con crocantes y helado de crema. Las porciones son abundantes. La atención muy esmerada y discreta. Se cobra servicio de mesa, pero lo justifican con algunos tentempiés. La Toscana es uno de esos lugares que jerarquizan a los restaurantes que están más allá de la General Paz. Si andás por el sur, no dudes en visitarlo, vale la pena.
Un restaurante de campo como los hay a montones en Italia. Peumayén, cuyos dueños son descendientes de alemanes del Volga, ofrece una cocina auténtica en la que se entremezclan platos autóctonos y de inmigrantes.