La Alacena no es una sola. En el local de la esquina de Gascón y Honduras, cuando todavía Palermo no es el barrio de moda que apareció con el milenio, sino parte de la frontera con Almagro y Barrio Norte, las alacenas están contra las paredes, visibles. Algunas guardan la vajilla y los cubiertos, otras muestran productos tales como aceites o frascos. El local no es muy grande -unos 40 cubiertos-, pero resulta muy acogedor. La barra de despacho está dividida en dos, y detrás la cocina se halla a la vista. También decoran el ambiente los pizarrones con el menú del día y los clásicos del local.
Julieta Oriolo es socia y chef ejecutiva. Estuvo durante seis años a cargo de la cocina de Uriarte, luego asesoró en Le Blé, creó la primera carta de Malvón, y armó y comandó la cocina de Grand Café y BASA, el último emprendimiento de Patricia Scheuer y Luis Morandi. Extenso currículum para lo joven que es. Julieta es una cocinera de ésas a las que les gusta estar dentro del negocio, con lo que es habitual encontrarla en los fuegos, controlando que todo sea como debe ser.
La idea detrás de La Alacena es la de un deli norteamericano orientado a los almuerzos -no abre por la noche-, sobre todo en su marca característica que son los sánguches prensatti -dorados y prensados en una plancha de hierro-, con productos poco habituales como mortadela, queso azul, pickles, tagliata de ternera, nueces pecan, cebollas caramelizadas, pesto, rábanos y otras delicatessen que se elaboran en el mismo restaurante.
Probamos dos sánguches, muy originales y que valen la pena. Perfectos de sabor, buenos productos, la plancha les otorga color y una textura difícil de encontrar con otro método. Recomendamos especialmente el de mortadela a la plancha con manteca, pickles de rabanitos y rúcula, y el de tagliata de ternera con romero, alioli, rúcula y parmesano.
Asimismo, La Alacena brinda muchas otras opciones para quien no quiere sánguches, respetando la base italiana de la cocina de Julieta: garbanzos fritos, brócoli a la sartén, huevos de campo fritos, sardinas confitadas, pulpetas de ternera con huevos a la plancha. Siempre hay ensaladas: de pollo asado con brócoli; zapallo cabutia con trigo candeal, queso, garbanzos y pasas: o de palta con lechuga, parmesano, croûtons, huevos y eneldo.
Muy hogareña y muy de abuela es la cocina de Julieta Oriolo. La Alacena es uno de esos lugares a los que uno quiere volver para seguir probando todas las opciones del menú. Otro de los puntos fuertes es la selección de productos. Julieta dedica parte de su tiempo probando proveedores, visitando mercados y buscando productos orgánicos con énfasis en el sabor.
Conviene reservar ya que se llena rápidamente o en su defecto, elegir un horario tempranero. El lugar no es particularmente íntimo. Pese a ello, fui en pareja y la pasé muy bien. Es un sitio cálido para tener una reunión informal de negocios, o para pasar el rato y almorzar. Hay menú de mediodía que sale a un precio más económico que la “cajita feliz”, y si no se elige esta opción igualmente contamos con la garantía de no pagar precios de “Palermo”, pese a estar a metros de la zona de negocios y cafés. Altamente recomendable. Ir sin dudar.
Un bistró que le hace honor a la cocina más refinada del planeta. Le Rêve ("el sueño", en francés), nos transporta a la magia parisina en una esquina de Buenos Aires. La propuesta del joven chef Ramiro Hernández exhibe un técnica perfecta, elegancia y personalidad. La coctelería del "Tiger" es otro fuerte del lugar. Y su ambiente, nos agasaja con música sin estridencias, como debe ser en un restaurante, a lo que se suma un servicio impecable comandado por Darío Núñez. Lujos que nos podemos dar en una ciudad que, en materia de gastronomía, lo tiene todo.
Siempre me fascinó Winston Leonard Spencer Churchill, no por sus ideas políticas, pero sí por muchas otras razones. Quizás una de ellas es que nació el mismo día que yo, un 30 de noviembre. Muchas de sus frases pasaron a la historia, y se sabe tanto de su papel durante la Segunda Guerra Mundial como de sus gustos de sibarita. Era fumador de habanos, como se lo puede ver en las fotos de época, pero también se convirtió en un bebedor empedernido y un gourmand. Winston Club le rinde homenaje con un bar en la planta baja, y un living speakeasy escaleras arriba. La cocina del chef Jonás Alba luce impecable en este lugar, uno de los escasos muy british que podemos encontrar en Buenos Aires.