Desde 1985, La Robla se asocia con los sabores hispánicos adaptados al gusto porteño, en lo que podría definirse tranquilamente como un bodegón donde uno puede comer platos de toda la península ibérica.
Resulta evidente que la mayoritaria presencia de inmigrantes italianos y españoles (y sus descendientes), fueron delineando un estilo de cocina que se adaptó al gusto local, sin traicionar la esencia de aquellas viejas recetas que llegaron con nuestros ancestros. En el caso de España, esto ha motivado que la mayor parte de los restaurantes hayan elegido menús que engloban las distintas regiones de la península, de manera que conviven tranquilamente Cataluña, el País Vasco, Galicia, Castilla La Mancha, Asturias y demás regiones. Y es lógico que así sea, como que también existan algunas licencias para darles el gusto a aquellos clientes, que no pueden evitar comerse una milanesa o un lomo criollo, que sale con fritas a caballo y salsa criolla.
“Convite de pan y vino que luego de regatear un trueque, ofrece una de las partes para festejar la transacción”, ése es el sentido de La Robla. Su esencia hispana se manifiesta a partir del protagonismo de los pescados y mariscos, que predominan en su carta. Desde 1985, cuando nació con el local de Viamonte y pasaje Del Carmen, la cadena se extendió a otros sectores de la ciudad, pero que también con el tiempo algunos fueron desapareciendo. Hace pocos meses, César Giso abrió La Robla Palermo, en un local amplio, donde funcionara una vieja panadería, con su enorme horno a la vista, y los aljibes cuya profundidad impresiona al observarlos desde su piso vidriado.
La antigua panadería de Costa Rica y Medrano, alberga hoy a La Robla Palermo, con su propuesta de cocina española adaptada al gusto porteño.
El restaurante ofrece platos conocidos de la culinaria española, con una atención familiar y porciones generosas, todo al gusto porteño. El jamón crudo cortado a cuchillo parece ser una elección inevitable, aún cuando el mozo no nos haya traído la carta. Rabas, tortillas, gambas al ajillo, pueden completar la entrada en calor. Si los comensales son numerosos, mucho mejor aún, se podrán probar más cosas.
Quedó dicho que los pescados son una especialidad de la casa. Salen con guarnición: merluzón a la gallega, a la navarra o a la vasca; abadejo grillado; pacú y pejerrey como opciones de río; brótola a la crema de verdeo; lenguado con toque de oliva; lenguado a la crema de camarones; salmón blanco en salsa rosada o en suave crema de Parmesano. El denominado “Almacén de Mariscos” ofrece mejillones a la Provenza, chipirones a la Lionesa, vieiras al ajillo, súper mariscada, tabla de mar, pulpo español a la gallega o a la provenzal.
Para los carnívoros, el lomo de “San Fermín”, sobre tostada, panceta ahumada y cubierto con morrones asados; una “licencia” italiana con las pastas, pero también un par de clásicos de “fonda manchega”: callos a la madrileña y guiso de lentejas con ternerita.
Para el final, crema catalana, copas heladas y las bananas “dietéticas”, con helado de crema y chocolate, banana, crema chantilly, nueces, almendras y salsa de chocolate. Preguntar también por el pan dulce artesanal “La Robla”, en porción o entero para llevar. La carta de vinos no depara sorpresas, los precios son razonables.
Un restaurante de campo como los hay a montones en Italia. Peumayén, cuyos dueños son descendientes de alemanes del Volga, ofrece una cocina auténtica en la que se entremezclan platos autóctonos y de inmigrantes.
