Miranda es una parrilla pensada y ejecutada para el público joven, donde se respetan la calidad de nuestras carnes y sus guarniciones clásicas. La barra es un plus mientras se espera el momento del asado.
Es difícil equivocarse cuando se trata de una parrilla. Cada una tiene su estilo y su encanto; por ende hay que saber elegir entre tantas buenas opciones que hay en la ciudad. Miranda fue pensada para un público juvenil, con onda, donde la música suena fuerte (dicho esto desde la óptica de una persona madura), con barra incluida y un ambiente tipo loft con entrepiso y techos altísimos (6,5 metros). Hecha esta aclaración, lo de Miranda no difiere demasiado de lo que ofrecen todas las parrillas de Buenos Aires, al menos en cuanto a la cocina y los grillados. Es decir, buena carne, buenos acompañamientos y buenos vinos (a precio razonable, para más datos).
Un gran loft con entrepiso y techos de 6,5 metros le dan a Miranda un toque de modernismo. Está lejos de ser una parrilla muy clásica, sus carnes sí lo son.
Vale aclarar que en Miranda no se cobra servicio de mesa, aun cuando sirven una panera hecha en casa (igual que las pastas, un complemento ideal para los menos o nada carnívoros, aunque éste no sea el mejor lugar para ellos). Para comenzar se recomienda el mix de achuras, lo mismo que la polenta con fainá y verduritas. Luego pedir los diferentes cortes de carne vacuna, que salen al punto pedido. Ojo de bife, bife de chorizo, lomo, asado especial (nuestro preferido). También cordero patagónico marinado, solomillo de cerdo con batatas, manzanas y cebollas asadas, y entre las opciones de pastas caseras, los ñoquis de sémola gratinados. Están además las ensaladas Jacinta (en honor a la abuela del dueño de casa) y Roberta, ésta última con todos los verdes habidos y por haber.
Los postres son clásicos también, pero muchos optan por el super dulce Waffle Miranda. Hay carta de vinos con 90 etiquetas, suficientes para satisfacer cualquier paladar. Y como dijimos, la tentación de la barra, ya sea para esperar mesa cómodamente disfrutando de un trago (algo que sucede con frecuencia), para pedir directamente antes de “entrar en carnes”.
Un restaurante de campo como los hay a montones en Italia. Peumayén, cuyos dueños son descendientes de alemanes del Volga, ofrece una cocina auténtica en la que se entremezclan platos autóctonos y de inmigrantes.
